Aunque el camino se me hizo largo, estaba deseando ver dónde me llevaban. Cuando me sacaron del coche no lo pude evitar, mi emoción era tal que me hice pipí encima de mi dueña. Me sentí un poco avergonzado, pero a ella no le importó, de hecho ella y su amiga (mi tía Esther) reían y hablaban de sus cosas, a las que yo no atendía porque no paraba de mirar a mi alrededor toda y cada una de las cosas que había, no quería perderme nada!
La llegada a casa fue increíble. Nada más entrar me dejaron que olisquease todo, que me moviese por mi nuevo hogar, y así lo hice (entre pipí y pipí, claro). En la entrada no encontré nada especial, el gran regalo para mí estaba en la cocina, era una casita "de perro" muy bonita, con muchos colores y algunos juguetes. Qué emoción!! Guau!! Guau!! Lo quería probar todo, jugar con todo a la vez; todo era nuevo para mí, mordisqueaba mis juguetes, saltaba por la cama hasta caer rendido, bebía agua de cualquier manera (más adelante sabréis por qué digo "de cualquier manera").
Me siento feliz, aunque un poco sólo todavía, me acuerdo de mi hermanita y pienso en cómo estará ella. Mientras, paso el rato mordisqueando lo que encuentro cerca de mí y tropezando con cada rincón de la casa. Al, mi dueña, va detrás de mí a cada lugar sin separarse de la fregona y la oígo decir: "Ya me contaron a mí que antes de comprarle un collar, debía comprar una fregona!" Jeje. Es tan dulce!
Era de noche ya, la casa en silencio, y mi dueña apaga las luces y cierra la puerta de la cocina. ¿Dónde irá? ¿No pensará dejarme sólo aquí? De repente tengo miedo, frío, me siento sólo, y mi estómago no parece haber asimilado muy bien esas cosas cuadraditas con sabor a ternera que me ha dado para cenar. La noche no empieza bien...
No hay comentarios:
Publicar un comentario